Dar más poder a políticos no resolverá los problemas de México

En México, los partidos políticos están moribundos y siguen sin aceptar su condición. Por eso resulta risible la pretensión de muchos de buscar en ellos una alternativa al poder casi incontestable del presidente Andrés Manuel López Obrador.

La última pretendida «alternativa» es el expresidente Felipe Calderón. ¿Pero alternativa a qué? ¿A la militarización del país? ¿A la incompetente lucha contra el crimen organizado y la inseguridad pública? ¿A la centralización política? ¿A repartir cargos y privilegios como premio a aliados, favoritos y familiares? ¿A usar la Presidencia como ariete para apoderarse de parcelas cada vez más amplias de poder? ¿A grotescamente buscar dejar a un familiar como heredero en la Presidencia? Pues Calderón fue antecedente y maestro en todos y cada uno de estos rubros. Así que sería alternativa a muy poco.

En realidad, Calderón y su nuevo partido serían más bien un instrumento de López Obrador para terminar de quebrar al PAN: El propio Calderón inició, por simple ambición, la tarea de demolición del partido que lo llevó a la Presidencia; al no lograrlo, se salió de él y lo debilitó. Ahora terminaría esa tarea, con el apoyo y hasta la complicidad del mismo López Obrador, que tal vez, vea al PAN como la única formación partidista con posibilidad de oponérsele en algún futuro, si nos atenemos a los resultados electorales de hace unos días, donde el PAN obtuvo algunas posiciones no previstas. En tal sentido, estaría dentro de los propios planes y conveniencia de ambos la destrucción del PAN.

Pero la visión de López Obrador y de Calderón es, mutatis mutandis, esencialmente la misma: Una visión totalizadora, impositiva, cuyo objetivo final sería la imposición de su visión del correcto ordenamiento de la sociedad sobre todos los demás, visión que es esencialmente la misma en ambos políticos y sus acólitos. Al respecto, escribió Mises en  Liberalismo que «las acciones humanas se vuelven buenas o malas sólo a través del fin al que sirven y las consecuencias que conllevan». En ambos casos, los fines son de autoritarismo, centralismo, imposición, de una lucha a vida o muerte contra todo y todos para el dominio y la sumisión.

A ello agreguemos que López Obrador apenas cumplió siete meses en el poder y ya hay rumores de sucesión. El mismo López Obrador acrecentó dichos rumores en una entrevista reciente, al afirmar: «De modo que si pasara algo, que yo me tuviese que ir el año próximo, a los conservadores les costaría muchísimo trabajo, sería misión imposible dar marcha atrás a lo que vamos a dejar establecido desde este año (…) Es que no sabemos qué nos depara el destino y esta es una transformación y por eso mi prisa en avanzar».

Pero en realidad, ha sido tan deficiente el desempeño de López Obrador, que políticos más dignos de un circo que del servicio público, se apuntan ya a sucederlo, tal como hizo hace unos días el diputado Fernández Noroña. Como si no bastaran 18 años de presidentes reprobables (Calderón, Peña Nieto y López Obrador), ahora muchos políticos piensan convertirse en la cereza podrida del pastel. Así, los políticos mexicanos son, elección tras elección, cada vez más mediocres y ridículos, y piensan continuar en su ciclo.

Hoy la única alternativa en México, de control y moderación al poder incontrolado de López Obrador, es la propia ciudadanía. En redes sociales, en su participación en las tres marchas efectuadas hasta ahora contra López Obrador, en las demandas judiciales contra el Aeropuerto de Santa Lucía y la Refinería de Dos Bocas, en la crítica diaria de medios de comunicación, asociaciones, centros de estudios y Think tanks, la ciudadanía ha demostrado mayor efectividad que toda la oposición partidista. Por eso es condenable ceder a la falsa disyuntiva «López Obrador o Felipe Calderón».

Si bien es cierto que la situación de México es desesperada, y que los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas, ello no implica que toda medida desesperada sea aconsejable. Más que nunca, los tiempos desesperados exigen cuidado, prudencia, hacer un calculo riguroso y serio de opciones y consecuencias. Y tras hacerlo, resulta claro que Felipe Calderón o cualquier otro político, no es una alternativa sustancialmente mejor a López Obrador.

Uno y otro piden más poder, más autoridad y Estado, exigen someter a otras fuentes de poder e instituciones, y el apoyarlos ciegamente, siendo reprobable cuestionarlos. El papel ciudadano, creen, como demostraron con suficiencia, es seguirles y tenerles fe. Y así, nos invitan a renunciar a la condición de ciudadanos para convertirnos en súbditos y creyentes.

Creen que si el poder se concentra en el Estado, entonces los distintos grupos políticos deben controlar el Estado, o bien arriesgarse a ser destruidos. En esa lógica, ningún compromiso, ninguna civilidad es posible. Sólo la victoria total o la derrota total son posibles. Esta es claramente la lógica subyacente que anima a López Obrador y a Calderón. Es el «nosotros» o «ellos».

Hoy, los políticos en México se creen grandes porque muchísimos ciudadanos están de rodillas. Pero muchos ya están puestos de pie o en trance de hacerlo.

@victorhbecerra

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